
¡Ves
que fácil es!, enganchas el cebo en el anzuelo, sueltas carrete y con un leve
giro de muñeca, lanzas la plomada lo más lejos que puedas de ti y lo más cerca de
aquello que ansías alcanzar, y luego, sólo tienes que tener paciencia, en
definitiva hijo mío, esta caña es como la vida misma, dos metros escasos de
esperanza y un fino cordel de ilusiones que casi siempre en tan sólo anhelos se
convierten, pero qué te voy a contar que no hayas descubierto ya.
Cómo
ya habrás supuesto, no ha sido ésta la única intención por la que te he traído,
en esta fría tarde de otoño, hasta este viejo estanque olvidado, que cubre ya
anciano de musgo su frente...