Nos encontramos hoy en esta sala maese Jean de Brians
para analizar y juzgar los extraños comentarios y rumores que se han vertido
sobre vos en las esquinas, corrillos y mentideros, de esta nuestra pequeña
ciudad de Brians en relación a las extrañas prácticas que se os han visto
realizar desde el orto hasta el despuntar del alba. Además, hemos advertido que
vuestra actitud hacia este tribunal ha sido, desde el primer momento, si no
opaca si brumosa en cuanto a vuestras actividades laborales, y es por ello que
os hemos citado una vez más para oír vuestros comentarios acerca de todos estos
menesteres que nos han traído hoy a esta nuestra solemne catedral.
Y me
preguntáis vos quien soy y que es de mi, venerable inquisidor Leclerc, vos que
fuisteis quien me contrató para respetar la ornamentación de la abadía, el cuidado
de sus dependencias y posteriormente, también para hacerme cargo de la catedral.
Yo, Jean de Brians, provengo de una muy antigua e ilustre familia de herreros,
mis antepasados han sido los maestros forjadores en la corte de decenas de pretéritos monarcas a los que el buen Dios tenga en su gloria. Entré al servicio de
nuestra comunidad en el año del señor de mil seiscientos y doce, y desde ese
momento me he dedicado al cuidado de todos y cada uno de los forjados,
luminarias y demás herrajes que conforman el común de la decoración no sólo de
nuestra abadía sino también de nuestra gloriosa catedral de Brians.
Pero,
¿cómo podéis explicar vuestras actividades nocturnas que, como bien sabéis,
causan gran desasosiego no sólo entre nuestros feligreses y visitantes sino
también entre nuestras autoridades? Yo señor, no pretendo ni he pretendido
causar ni inquietud ni desazón entre mis conciudadanos, ya que nada hay más lejano
y desdeñable para mi y mis intereses, sólo he procurado seguir los dictados de
mi mente y de mi corazón para llevar a cabo mi más ardua tarea, aquella que muy
a mi pesar me ha sido encomendada y que ahora os describiré paso a paso con
todo lujos de detalles, para así saciar vuestra curiosidad, venerable
magistrado. Cada tarde al ocultarse el sol, suelo dirigirme con un fanal en mi
mano a la parte más alta de nuestra catedral y antes de que la noche despliegue
su oscuro manto, doy luz a todas y cada una de las estrellas y planetas para
que con su brillo conduzcan nuestros designios aquí en la tierra y guíen en su
viaje a aquellos que van a cruzar al otro lado. Luego, cuando ya clarean las
primeras luces del día apago todas y cada una de ellas y me retiro a descansar.
Sentencia del tribunal de la Santa
Inquisición
Hoy,
en el día de Nuestro Señor de mil seiscientos y trece, tras un año de juicio y
habiendo escuchado y considerado todas las declaraciones de los testigos,
imputamos al condenado Jean de Brians por un delito de blasfemia y prácticas
demoníacas, y lo condenamos a ser quemado en la plaza central de la ilustre
ciudad de Brians hasta que su espíritu sea perdonado y se reúna con nuestro
hacedor.
Un saludo y espero que os guste
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