Ya no reniego
de la agradable compañía de las tardes de asueto, ni tan siquiera huyo, cual animal herido, de
la agradable caricia de la brisa por entre las colinas desnudas de esta
seductora villa de la Toscana donde ando
en busca del refugio que no logro hallar tras tu ausencia.
Cada tarde,
como si de una letanía se tratase, escucho allá
a lo lejos, el rumor de las antiguas costumbres, de los antiguos
recuerdos, y me recuesto casi adormilado en este otero desde donde aún se ven
las ruinas de tu antigua casa, y parece como si, en mis sueños, aún te viese caminar nítidamente, casi desnuda,
con tu frente sudorosa, tu sombrero de ala ancha y tu falda plegada en torno a las
sublimes columnas de tus muslos, caminando descalza por entre los trigales, por
entre estas colinas bañadas de verde belleza, de absurda y solitaria belleza.
Escribo,
intento escribir de nuevo, para eso he venido, escribo sobre ti, sobre mí,
sobre las noches de cuerpos hambrientos de otros cuerpos, sobre el brillo del
vino al conquistar de turbios deseos tus pupilas, el vino, ese elixir que de sombríos
colores bañaba tus labios, tu lengua, tu… Dejémoslo, los recuerdos son ahora
saetas que se clavan allí donde saben que siempre harán daño.
Escribo, intento escribir, y mientras lo intento,
apuro a sorbos un rojo chianti y como un trago de verde absenta, me traslada a
tu lado, de nuevo a tu lado, y te veo, te veo en el viejo lagar de tus padres,
veo tus enrojecidos pies maltratando las uvas henchidas de néctares aún por
fermentar, tus pies, tus dedos, tus… Dejémoslo, para qué sirve la memoria si es
la más cruel e infiel amante que la suerte esquiva alguna vez nos presentó.
Los
atardeceres, qué son los atardeceres en el atardecer de mi vida sin ti. Sí, he vuelto a la Toscana, pero qué sentido
tienen esta tierra de enormes ubres y
nombre de bella mujer, si no puedo ver tu
belleza reflejada en la suya.
Cierro los
ojos y ansío imaginar la luz que tímidamente lucha por colarse entre los vírgenes
racimos de impertinente juventud, y casi puedo llegar a oler tu risa, sentir tu
mirada ausente, intuir la serena quietud que emanabas al posar tus delicados labios
sobre el borde de mi copa, mientras tu lengua recitaba poemas de bohemios
viajeros del Gran Tour que añoraron hallar en estas tierras lo mismo que ahora
yo ansío.
Hoy he vuelto a La Toscana, he vuelto para veros
por última vez, a ti y a ella, pues sois las mujeres más importantes de mi
vida, he vuelto para escribirte esta absurda carta de amor desesperado, he
vuelto para despedirme, para partir a vuestro encuentro.
Apurando el último trago de chianti mezclado con cicuta el viajero se desploma sobre unas líneas inconclusas recién escritas: “muero, ahora que aún me queda vida, para que el tiempo que ya llega para pedirme cuentas no me lleve sin poder recordar, por última vez, el brillo de una vid sobre tu iris”.
Apurando el último trago de chianti mezclado con cicuta el viajero se desploma sobre unas líneas inconclusas recién escritas: “muero, ahora que aún me queda vida, para que el tiempo que ya llega para pedirme cuentas no me lleve sin poder recordar, por última vez, el brillo de una vid sobre tu iris”.
Un saludo y espero que os guste
0 comentarios :
Publicar un comentario