"Dedicado a todos aquellos que intentamos nadar contracorriente en el ámbito cultural de las Islas Canarias"

25 de octubre de 2011

Allí donde habitan los monstruos

Muy a mi pesar nací un domingo de invierno, allí donde los mapas no llegan y las nubes pasan de largo. Fui uno de tantos otros, uno de aquellos niños no deseados que llenaban las calles de una ciudad, pongamos que inventada. Pronto supe el valor de las horas solitarias y los olvidos deliberados, de los fríos suelos húmedos de escarcha y las paredes cubiertas del moho que es la desidia. De aquellos tiempos sólo retengo la hojarasca acumulada en el sendero y algún que otro mirlo brincando de rama en rama, pero todo lo demás fue dolor. Si el dolor sonido tuviera, con el sólo restañar de una correa sobre la piel aún púber, podría describiros los múltiples tipos de sollozos que el castigo llegaba a hacerme distinguir. Y si por casualidad, prietos los dientes rechinar de ira fuera atrevimiento, el castigo se tornaba aún más cruel y más sádico con cada fulgurante resplandor de las hebillas metálicas.


Nunca fui un niño débil, me pretendo más débil ahora cuando torno a mirar el pasado y él me mira con la desconfianza del amigo olvidado en un rincón, pero es imposible tolerar la presencia de los malos recuerdos y soportar sólo lo soportable de ellos sin encerrarlos en un rincón a la primera oportunidad que el tiempo nos brinde. Hubo un tiempo en que todas esas indeseables presencias se agolpaban en los rincones de mi mente como esquirlas que hirientes hiciesen de su virtud la tortura de seguir atormentando mis recuerdos, y yo, quien sabe que fue de mi, quien sabe lo que esos años de insana dejadez me brindaron, sólo ahora con el paso de los años, que como aves de rapiña vuelven a volar sobre mi cabeza, vuelvo a recordar paso a paso, golpe a golpe, lo que entonces era sólo hábito cotidiano.


Mi infancia no fue diferente a mi niñez o a mi innata madurez, pues en nada o casi nada varió mi situación, sólo fui un naufrago más en un mar lleno de náufragos, siempre al socaire de las tempestades que el mar de la solitud nos trajera con cada marea; el mar, yo que nunca vi el mar y que casi ahora se me antoja espejismo que no verdad, y quién sabe en realidad si alguna vez existieron mares, montañas, mesetas, cielos y lluvia, o quizás sólo lo imaginé. La imaginación, ella si fue mi única amiga, fue mi guía y mi serena paciencia su imagen, que hubiese sido de mi sin mis sueños y mis pesadillas, sin mis lágrimas apenas los mares hubiesen podido de la lluvia crear mares, y de los vientos sus inquietas tempestades. Ahora que miro de soslayo a esos años me reencuentro en la quietud del que nada pide a cambio para nada poseer, pues sólo el incierto futuro será lo que deba de ser, y de él sólo espero, más años que sin duda llegarán y que yo los pueda ver.


Nunca pude escoger entre los muchos deseos que sin duda se me hubiesen podido conceder, si no fuese porque aún espero al genio que sin duda ya tarda en llegar, pero he crecido, y ahora ya mis sienes ven del invierno su más pálida cara, qué os voy a contar, que ya no hayáis intuido, si alguna vez fui el niño que no hace tanto os conté, ahora sólo soy el recuerdo que fue fruto de esa niñez, aún soy ese niño que cada noche cuando recuesta su cabeza sobre la almohada, mira antes debajo de su cama, allí donde habitan los monstruos del pasado.





Un saludo y espero que os guste


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