"Dedicado a todos aquellos que intentamos nadar contracorriente en el ámbito cultural de las Islas Canarias"

10 de diciembre de 2011

Érase un mar sin costa ni oleaje

Mar sale de casa cada noche como suele salir casi cada día, con los labios bruñidos del carmín más barato y los ojos maquillados de ignorancia y desagrado. Antes, se prepara ante un espejo desgastado, que no refleja su silueta, cansado ya de evidenciar la más absoluta nada, para ir a ejercer algo parecido a una ingrata rutina disfrazada de trabajo, se diría, que más parece una vestal de polígono, una de esas diosas de área de descanso, que, ¡oh paradoja!, no ansía para sí más descanso que el cada madrugada en su pequeño cuarto, la soledad le regala.


Cada día es un nuevo trato que cerrar con el destino, es un desagrado que llevarse a la boca, un sucio corretear entre vehículos y caras sin nombres para ir al encuentro de hombres de cintura para abajo, diríase que son sólo medio hombres, la otra mitad pertenece a una nueva dimensión, a otro mundo que ella desconoce pero que a estas alturas qué más dará, los sueños sólo sueños fueron y los deseos se los llevaron las promesas que luego fueron simplemente absurdas quimeras.


Cuando atardece, las ramblas del arrabal son desfiles de hembras de sutiles colores, de mil lenguas extrañas, de cuerpos disfrazados con ropas de saldo de miseria y olvido, pero para Mar es simplemente un desfile de historias inconclusas, de verdades a medias y de olvidados presentes que fueron alguna vez pasado y ya nunca serán futuro. Las sombras deambulan cobijándose del frío calle arriba avenida abajo con la cadencia de los minutos, de las horas guarecidas en el tedio y en la soledad infinita.


La nostalgia de otras vidas deseadas se agolpa en las esquinas de su memoria y tienen para ella el sabor de lo que nunca en realidad aconteció, un sabor que sólo con el brillo de los faros que al mar nunca conocieron y que de él decidieron huir, ilumina lo real del momento para traerla de vuelta a la cruda realidad de lo desconocido y del peligro que sólo un asiento trasero puede tener para una mujer como ella.


Cae poco a poco la madrugada como enlutada tela que cobija la negrura contra la que lucha, sin conseguirlo, la luz que proyectan las farolas sobre las sombras que adivinan humanos cuerpos hincados de rodillas, cuerpos escondidos al amparo de las tinieblas, de lo oculto de las almas que recorren la noche.

Mar, cansada ya de esperas infinitas, de desprecios vertidos al amparo de ocultas caras cabalgando a lomos de futuristas carruajes de paso inquieto, pliega despacio su raída silla de esa playa nunca visitada, recoge su termo vacío de café y sol y sombra y renueva una mueca que sin duda repite noche tras noche, hoy no ha habido suerte, ya va despertando el mundo al calor de las primeras luces, ya se divisan las aceras y los semáforos parecen árboles con tricolores frutos, ya las caras se van haciendo visibles para desaparecer de nuevo con la promesa de otra noche que sin duda ha de venir.

Mar coge el 6.23 que hoy será la carroza, donde, sobre mugrienta ventana, apoyará su cabeza, para con el dulce traqueteo de vaivenes y susurros, volver a casa como cada día, como cada tedioso día y subir la empinada cuesta que la lleve al final de la carrera que es su propia vida.

“Este relato se lo dedico a todas aquellas personas que hacen de su oficio un trabajo digno, mi respeto para ellas”




Un saludo y espero que os guste

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