Os lo confieso, me doy por vencido, ya no me quedan fuerzas ni argumentos,
para vosotros la perra gorda, después de casi cuatro años de sufrimiento, de
pérdida y secuestro de derechos laborales, civiles y sociales, de humillación,
de mentiras y de la más abyecta corrupción, observo con estupor los sondeos y
las encuestas acerca de la intención de voto de los españoles y comprendo
porque los extraterrestres no dejan de visitarnos pero nunca se quedan.
Tras casi una legislatura en la que los jinetes del
fundamentalismo ultraliberal han cabalgado y pisoteado nuestros derechos y
libertades a lomos de su apocalipsis ideológico, tras casi un lustro de señalarnos
como sospechosos habituales y merecidos culpables de cruentos recortes, de
mantenernos temerosos ante el recelo a perder el precario trabajo y a
manifestarnos en público, espantados ante el pánico a ser criminalizados por
ser inmigrantes, al terror ante la cruel bajada de salarios, al cruento ataque
a profesores, sanitarios, parados, jubilados, nos encontramos de nuevo en la
casilla de salida pero con la salvedad de que en este maquiavélico juego, sólo
unos pocos han ganado mucho y la gran mayoría hemos perdido todo lo obtenido y con
todo ello, hemos retrocedido, como pueblo, a tiempos más parecidos a otra tiránica
dictadura pero bajo el dulce y empalagoso sonido de otra bien conocida, la
dictadura de la mayoría absoluta.
Cuatro años después, los profetas de la salvación han vuelto, han
regresado de su monte Parnaso, de su etéreo Olimpo, y han vuelto a resurgir,
como tantas otras muchas veces antes lo hicieron, mostrándose ignorantes y
displicentes ante el sufrimiento de los sin voz, distraídos y arrogantes frente
a todos aquellos que pacientemente cada día esperan frente a los comedores
sociales, malvados e inquisidores ante los que buscan comida incansablemente entre
los cubos de basura o frente a aquellos que esperan sin esperanza ante las
oficinas del “desempleo”, cínicos y soberbios ante las familias desahuciadas
con todas sus ilusiones malvendidas a fondos buitres, taimados y sibilinos como
tahúres ante los maltrechos ancianos que con sus pequeñas y escasas pensiones
mantienen a su cargo hijos y nietos, falaces y condescendientes frente a
cientos de miles de jóvenes altamente preparados que tuvieron que huir de un
presente que les negaba el futuro del arraigo a su país, doctrinarios e
ideológicos al expulsar a las clases medias de las escuelas y universidades, orgullosos
y altaneros al tratar de vender el
milagroso elixir que, supuestamente, nos ha sacado ya de una crisis que ellos
mismos crearon, alimentaron, socializaron y nos hicieron pagar, porque bien
sabido es que la abundancia y la riqueza siempre pertenece a unos pocos,
mientras que la pobreza y la crisis son patrimonio de muchos, en fin, estimados
lectores, los adalides del “o yo, o la nada y el caos” han vuelto y pretenden
quedarse para poder acabar con lo poco que nos quede.
Decía el filósofo, o sea yo mismo, que evitar una y otra vez la
verdad enmascarándola tras la ignorancia no hace que esta borre el rastro de las
mentiras, y en verdad os digo, que basta ya de falsedades, ficciones, disimulos
y quimeras, lo que ahora nos venden no es sino pobreza, conformismo y
esclavitud, no, yo no les creo, ni me van a callar con sus leyes mordaza, con sus
códigos penales decimonónicos, con sus promesas o sus cantos de sirena, no, yo
no quiero malvivir en su sociedad de “un mundo feliz”, yo no quiero ser un
“trabajapobre”, yo quiero tener y disfrutar de los derechos que mis abuelos y
padres consiguieron y lucharé con la fuerza que me de mi voz y con ella mi
palabra, para que, algún día, mis hijos no tengan marcado en su frente el lema
que estos nietos de aquellos que hicieron de los vencidos sus cautivos
preconizan, porque pienso que, jamás “el trabajo precario os hará libres”, más
bien os hará de nuevo sus esclavos.
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